Buy eBook Mi mente y yo debatimos a menudo acerca del universo y sus alrededores. Asunto sobre el que un joven lírico llamado Pedro Rodríguez versa las páginas de este libro, sueño hecho parcialmente realidad. Porque es precisamente el tránsito entre realidad y ficción, vigilia y sueño, la veta por la que se abre camino galvanizando de se nsualidad los destellos de su conciencia, los desatinos del destino, y cuantas palabras emergen espontáneas como flores de vivos colores en un jardín prohibido.
Buscador impenitente de la sabiduría y la juventud, aun a sabiendas de que son incompatibles, este joven lírico se deja incluso llevar por libérrimos derroteros de placeres empíricos, prosas prosaicas y versos inversos. Rescata del ostracismo poético gorrioncillos, rimas universales y capullos dimanadores de fútiles aromas; se pregunta por qué no preguntarse las cosas y se baja los pantalones si la ocasión lo merece.
Hacer poesía es un acto de sincretismo multidimensional, que dirían mis alumnos de la ESO. Pero se equivocan. Hacer poesía no es una cuestión de acto, sino de potencia; de vivir el tiempo más que el espacio; el tiempo de escribir, que es un tiempo de soledad, de silencio. Es ese momento en que nos asomamos al abismo, a pesar de cuantas ingenuidades nos atolondren con sus pretenciosas promesas; al piélago por cuyas aguas se entremezclan ciencia y conciencia, ética y estética, afectos y adeptos.
Tiempo de conquistar la tierra de tus sueños, de ver la imagen del mundo en tus ojos.Es el solaz de sentirse libre el aire que respira este poeta cuando reinventa del mundo caminos al andar haciendo el golfo a altas horas de su juventud inveterada. No, amigo mío, la poesía no eres tú. Ni siquiera ella. Como el arte, que realmente no existe, que diría Gombrich, la poesía es más poesía si nace para lo que no existe, que es donde vivimos, que diría Álvaro García.
Poco se ha glosado sobre la libertad del poeta; me refiero no a la libertad de expresión, sino a la libertad consigo mismo: en cuanto a sinceridad, espontaneidad, autonomía, autoestima. La poesía debe ser concebida a gusto de su progenitor, sin miramientos estéticos del momento ni otros prejuicios. Recuerda Rodríguez en este sentido a la arrolladora libertad de Fernando Pessoa, quien combina formas, rimas y colores como cree conveniente sin pararse a pensar si cae en lo obsoleto o en lo relamido.
Otro aspecto original de este poeta es el sentido del humor. Adolece la mayor parte de la poesía consagrada de excesiva sobriedad. Y, como se demuestra en estas páginas, también es posible reir con un poema. Recuerdo las palabras de una egregia enfermera recordando que al reir, el niño ingresado en el hospital pierde el miedo. Algo especialmente recomendable al adulto ingresado en sí mismo.
Muchacho, tienes talento. Reconozco una buena apuesta en cuanto la veo. Qué más quisiera que poder expresarme en estos términos, pues mucho me temo que ni provengo de un clásico del cine ni de pedestal de sabiduría. Provengo de una amistad surgida de la mera coincidencia, de esa efímera casualidad que revienta a los causalistas, hecho que me fascina y al que debemos la magia de eso que llamamos existencia. Necesitamos los versos. Los necesitamos para discernir, para ser libres, para remasterizar viejos sentimientos. Y también los necesitamos para caernos de la cama.
0 comentarios:
Publicar un comentario