Artículo publicado por Ed Yong el 13 de abril de 2012 en Not Exactly Rocket Science y traducido Vía Ciencia Kanija 19.04.2012
Las cavernas de la Cueva Lechuguilla
están entre las más extrañas del planeta. Sus pasadizos, excavados por
ácido, se extienden a lo largo de casi 200 kilómetros. Están repletos de
un mundo maravilloso de hilos, globos, placas y estalacticas oxidadas, y
arañas de cristal.
Partes de Lechuguilla han estado
aisladas de la superficie durante los últimos 4 a 7 millones de años, y
las formas de vida que hay allí – principalmente bacterias y otros
microbios – han seguido sus propios caminos evolutivos. Pero Gerry Wright de
la Universidad McMaster en Canadá ha encontrado que muchas de las
bacterias de la gruta pueden resistir a nuestros antibióticos. Han
estado viviendo bajo tierra desde que ha habido humanos modernos, pero
pueden defenderse de nuestras armas más potentes. La resistencia a los
medicamentos puede que nos esté causando problemas a nosotros ahora,
pero para las bacterias, es simplemente una antigua solución a un viejo
problema.
Cueva Lechuguilla
Lechuguilla no es un lugar fácil de explorar. Los exploradores necesitan permisos especiales para bajar a las profundidaes, y sólo se permite el paso a un puñado o dos cada año. Hazel Barton de la Universidad de Akron logró uno de los pases. Su viaje duró cuatro días – la gruta es tan grande que los exploradores deben acampar dentro. “Hace calor (20ºC) y es húmeda, por lo que moverse por allí te hace sudar”, dice Barton. La gente queda pronto cubierta de barro por los depósitos de hierro y manganeso con “la consistencia del hielo que queda en las carreteras”, y debe cambiarse de ropa para explorar los extremos más maravillosos de la cueva.
El objetivo de Barton era alcanzar áreas
que sólo habían sido visitadas por un puñado de personas, y carecían de
huellas y marcas. Las bacterias apenas habían estado expuestas a los
humanos, mucho menos a nuestros antibióticos. Y dado que la roca de
Lechuguilla también es impermeable, ninguna fuente de agua fluye a sus
cavernas. Es muy improbable que los antibióticos pudiesen haber llegado
desde la superficie.

El equipo dice que su descubrimiento
apoya la idea de que la resistencia a los antibióticos precede por mucho
al surgimiento de la medicina moderna. Esto no debería ser algo
sorprendente. Como escribí el año pasado, muchos antibióticos proceden
de fuentes naturales, o son versiones modificadas de tales compuestos
químicos. La penicilina, el primero en ser sintetizado, procede de un
moho que furtivamente llegó a una placa de Alexander Fleming. La
daptomicina procede de una bacteria conocida como Streptomyces roseosporus.
Estos compuestos químicos no son
invenciones humanas: son armas que los microbios han evolucionado para
mantenerse a raya unos a otros. También son antiguos. Evolucionaron hace
entre 40 y 2000 millones de años, y es extremadamente probable que
hayan existido contramedidas desde un tiempo similar. Confirmando esto,
el año pasado, el grupo de Wright encontró los ejemplos más antiguos de
genes resistentes encontrados en bacterias de muestras de suelo
congelado de 30 000 años de antigüedad.
El medio ambiente también está repleto
de genes resistentes. En un estudio anterior, el equipo de Wright
demostró que las bacterias del suelo son una reserva masiva de genes
resistentes – un “resistoma” al que pueden recurrir las bacterias
infecciosas. Gautam Dantas encontró que nuestros suelos están tan llenos
de bacterias resistentes que muestrean aleatoriamente las cepas, que no
sólo resisten a los antibióticos, sino que en realidad se alimentan de
ellos. Los genes resistentes incluso han surgido en entornos extremos,
incluyendo cientos de metros bajo la superficie de la Tierra y miles de
metros bajo el océano. Las profundidades de Lechuguilla pueden unirse a
esta lista de remotas localizaciones.
Por tanto, en cierta forma, el nuevo
estudio de Wright simplemente nos dice lo que muchos ya sabíamos. Pero
también proporcionó algunas sorpresas. Aunque muchas de las bacterias de
la cueva resistían a los antibióticos con las mismas estrategias que
sus parientes de la superficie, otras usaban tácticas que son nuevas
para la ciencia. Una especie, por ejemplo, resistía a la daptomicina
descomponiendo la medicina hasta un punto crítico.
Estos descubrimientos podrían actuar
como un sistema de alerta temprana. Las bacterias pueden transferir
genes entre ellas con gran facilidad, por lo que los trucos que usan las
bacterias ambientales podrían fácilmente terminar en especies que matan
a personas en los hospitales. Estudios como este nos dan un
reconocimiento temprano sobre armas poco conocidas que podrían caer
algún día en manos del enemigo.
Como escribía el año pasado, esto no es excusa para el uso indiscriminado de antibióticos en la sanidad y agricultura modernas.
Estas condiciones crean una intensa
presión evolutiva que favorece el surgimiento de bacterias resistentes.
El hecho de que los genes resistentes estén ampliamente extendidos y
sean antiguos no cambia eso. Simplemente implica que, en tiempos de
necesidad, las bacterias asediadas tienen un vasto y duradero rango de
defensas del que hacer uso. Por cada nueva espada que forjemos, hay un
escudo milenario esperando para ser usado de nuevo.
Pero hay un lado bueno en esta historia.
Las bacterias fueron sus peores enemigas durante eones antes de que
llegasen los humanos. Competían por los recursos y se mataban entre sí
usando compuestos químicos. Estas guerras microscópicas podrían dotar a
las bacterias modernas con formas de resistir a nuestros medicamentos,
pero también podrían proporcionarnos nuevas medicinas. Tal y como
escribe Wright: “Hay una miríada de moléculas bioactivas con propiedades
antibióticas esperando a ser descubiertas”.
Artículo de Referencia: Bhullar, Waglechner, Pawlowski, Koteva, Banks, Johnston, Barton & Wright. 2012. Antibiotic Resistance Is Prevalent in an Isolated Cave Microbiome.http://dx.doi.org/10.1371/journal.pone.0034953 Autor: Ed Yong
Fecha Original: 13 de abril de 2012
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