Resistencia bacteriana a los antibióticos

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Hace más de una década que algunos microbiólogos lanzaron un mensaje que en aquel momento se tomó como apocalíptico: los antibióticos dejarán de ser eficaces en poco tiempo, devolviéndonos la era pre-antibiótica. Sin haber llegado aún a esa situación lo cierto es que cada vez se aíslan más cepas resistentes y más personas sufren complicaciones mortales en hospitales por culpa de ellas. ¿Se puede hacer algo para frenar ese incremento de resistencias, se puede soslayar de alguna forma?
Cada poco tiempo aparecen preocupantes noticias sobre el incremento en resistencia antibiótica. Así en un reciente trabajo publicado en la prestigiosa revista The Lancet muestra el aislamiento de cepas portadoras de la resistencia NDM en bacterias aisladas en aguas de Nueva Delhi. Estas bacterias codifican la resistencia NDM-1 beta-lactamasa, una enzima capaz de hidrolizar antibióticos químicamente parecidos a la penicilina. Esta enzima se había encontrado en cepas clínicas y parecían confinada al mundo hospitalario, sin embargo un muestreo realizado en diferentes depuradoras del suministro de aguas de la ciudad de Nueva Delhi ha localizado el gen NMD-1 en especies bacterianas en las que se no se había identificado con anterioridad como por ejemplo Shigella boydii (responsable de la disentería) y Vibrio cholerae (responsable del cólera), lo que significa que este gen se ha diseminado por transferencia horizontal a ecosistemas ambientales. Este resultado indica, una vez más, que la resistencia a antibióticos se está transformado en un serio problema clínico, ya que poco a poco, especies potencialmente patógenas están ganados resistencias a las armas más poderosas que tenemos para combatirlas: los antibióticos. ¿Qué se puede hacer en estas circunstancias?

1. Nada. Cómodo y barato, sin duda, pero igualmente irresponsable. Es la opción de aquellos que piensan que la evolución no existe o los que afirman que las enfermedades infecciosas no existen, que en realidad no son más que un desequilibrio de la mente. Pero dejando alucines aparte, no hacer nada nos devolvería a la era pre-antibiótica, aquellas en las probabilidades de morir por infección en una operación quirúrgica eran elevadísimas. Nuestro sistema inmune, que tan eficazmente evita infecciones, es soslayado por microorganismos especialistas en burlarse de él, y una vez pasada esa barrera ya es muy difícil de pararlos. Un reciente trabajo además muestra como la relación huésped-patógeno es dinámica, si mutamos para resistir mejor al patógeno, éste muta para infectar con más eficiencia. Precisamente esa relación se muestra esta semana en la revista Science, en un trabajo que ha contado con la relación bacteria-bacteriofago como modelo. Mal consejo parece que esperemos hasta que nos hagamos resistentes.
2. Sintetizar nuevos antibióticos. Esa parece la medida más lógica, pero choca con muchos intereses creados. Las investigaciones para encontrar nuevos antibióticos están siendo abandonadas por muchas empresas farmacéuticas porque no ven un rédito económico a largo plazo. Identificar nuevas actividades antimicrobianas, hacer los estudios de toxicidad en humanos realizar ensayos clínicos que demuestren su efectividad son procesos que cuesta muchísimo dinero. Y todo ello va unido al hecho de que muchos de esos fármacos nacen con fecha de caducidad ya que los microorganismos acaban desarrollando resistencias en un período relativamente corto. Algunas empresas u organismos públicos abaratan el coste al pagar la tarea de investigación y muchos de los ensayos, pero los fondos públicos son limitados y se han de repartir entre otras muchas enfermedades. De seguir la tendencia actual podemos ir perdiendo el arsenal que ahora tenemos de sustancias antimicrobianas y tanto los organismos públicos como la industria farmacéutica tendrán que volver a invertir en el desarrollo de nuevas sustancias, antes de que los microorganismos vuelvan a provocar epidemias que creemos ya olvidadas.
3. Buscar nuevas alternativas antimicrobianas. Hasta ahora la mayoría de los antibióticos están basados en moléculas que son sintetizadas por otras bacterias (por ejemplo Streptomyces) o por hongos. Pero hay otras sustancias de síntesis química o producidas por otros organismos que también podrían tener validez. Existen toda una serie de moléculas muy conservadas presentes sólo en el mundo procariota, y que por tanto varían poco en la evolución, que son susceptibles de ser bloqueadas. Cuando este bloqueo supone la muerte de su portador estamos ante una posible diana efectiva para un antimicrobiano. Mediante el conocimiento de esas moléculas conservadas (tanto a nivel bioquímico como en su estructura) se pueden diseñar “a la carta” moléculas que bloqueen la actividad de las mismas. Otra vía que podría ser interesante es aprovechar los bacteriófagos (fagos). Los fagos son virus que infectan (y matan) bacterias. Algunas de las enzimas que producen los fagos evitan el crecimiento bacteriano, por lo que pueden ser utilizadas para combatir infecciones.
4. Vacunas. Esta herramienta entra dentro de la medicina preventiva (aunque también existen vacunas terapéuticas). La idea es obligar a nuestro sistema inmune a generar anticuerpos que bloqueen a los patógenos. Contamos en la actualidad con un número limitado de vacunas ya que hay muchos patógenos contra los que aún no se ha podido diseñar una vacuna efectiva. Algunas de la vacunas generan un recuerdo débil, lo que obliga a dosis de refuerzo. En otros casos la heterogeneidad del patógeno, debida a su alta capacidad de evolucionar, hace que las vacunas sean parcialmente efectivas, actuando mejor contra unas cepas que contra otras. A día de hoy, y a pesar de los esfuerzos realizados (que incluye también luchar contra colectivos anti-vacuna que entorpecen la labor sanitaria), sólo se ha podido erradicar la viruela, y se mantienen abiertas acciones similares contra los virus del sarampión y la poliomielitis.
5. Tener mayores conocimientos del patógeno. Eso es lo ideal, y no basta con conocerlo solamente a nivel molecular y de forma individual, sino en su entorno y asociado al huésped. Por ejemplo, muchos patógenos necesitan formar biopelículas para ser potenciar su efectividad, si no forman esa biopelícula pueden ser destruidos efectivamente por nuestro sistema inmune. Evitar la formación de las biopelículas sería un mecanismo de evitar su potencial invasor. De igual manera también se debe conocer lo que aporta el huésped (deficiencias en el sistema inmune, receptores específicos que necesita el patógeno para infectar, etc) porque actuar a ese nivel puede ser igual de eficaz que emplear sustancias que ataquen directamente al microorganismo.
6. Evitar el uso indiscriminado de los antibióticos. Esa es otra estrategia encaminada a impedir el incremento de la población de resistentes. Diversas prácticas serían necesarias, como por ejemplo:
(i) no emplear antibióticos para enfermedades de origen vírico, ante las cuales son ineficaces.
(ii) no dejar el tratamiento antibiótico a la mitad, en cuanto se notan los primeros síntomas de mejoría, ya que esto selecciona positivamente la aparición de resistentes.
(iii) no añadir antibióticos a los piensos que consume el ganado o a alimentos congelados con el fin de que no se deterioren.
(iv) no realizar vertidos al medio ambiente de residuos hospitalarios ricos en antibióticos, con lo que también se potencia que los microorganismos del ambiente ganen resistencias.
Empleando correctamente los antibióticos se aumentará su vida media como tratamiento efectivo, ganando tiempo para que futuras investigaciones encuentren nuestras herramientas con las que frente a los patógenos con los que podemos interaccionar.

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